sábado, 24 de marzo de 2007

El turno de Morphy

El turno de Morphy.

Nueva York: 1857. El Maestro Paul Morphy, uno de los más grandes ajedrecistas de la historia entra por la puerta del recinto. Los espectadores que esperan a que la partida comience; enmudecen súbitamente al verle. Camina lentamente al tiempo que la gente va abriéndole paso. Sus pasos resuenan en la silenciosa habitación. Lleva las manos en el cinturón, el abrigo sobre los hombros. Se acerca lentamente a la mesa. Ahí le espera su contrincante, el francés Louis Paulsen, quien fuma paciente y pausadamente un cigarrillo. Morphy toma el respaldo de su silla, alguien le quita el abrigo y voltea a verle en señal de agradecimiento. Se sienta en la silla. Su oponente apaga el cigarrillo en el cenicero. Los dos se miran fijamente con ojos gélidos sin decir palabra. Ambos hombres se dan cortésmente la mano al tiempo que el Maestro de Ceremonias da por comenzada la partida. Paulsen es el primero en mover. Tiene las manos en los costados, estira los dedos y la mirada fijada en el tablero. Morphy se recuesta en la silla, cruzándose de brazos. Solo mira a Paulsen. Este hace su primer movimiento. El penúltimo peón de derecha a izquierda. Morphy piensa un momento y mueve otro peón. Paulsen le responde enseguida con otro más. El juego avanza y Morphy realiza un doble ataque directo, causando que Paulsen pierda un caballo. Éste le mira fijamente, ambos mueven piezas y de nuevo es el turno de Paulsen. Este levanta la mano derecha, la cual vuela sobre el tablero, sus dedos se mueven lentamente. Realiza una clavada comandada por uno de sus alfiles. Es exitosa. Los dos hombres vuelven a encontrar las miradas. Paulsen sigue teniendo esa mirada gélida. Morphy la sostiene pero una gota de sudor recorre su sien. La gente en el público cuchichea, señalando a uno u otro maestro, unos asienten, otros abren los ojos en asombro, a otros les tiemblan las piernas por el nerviosismo. Intentando no ser visto, un hombre en la parte de atrás anota apuestas en su libreta, otro a su lado recibe el dinero, extendiendo la mano por debajo del abrigo. Ambos se sonríen en complicidad. Paulsen va ganando piezas y parece que lleva ventaja. Las apuestas aumentan en su favor. Morphy se detiene, se inclina hacia delante. El murmullo de la gente aumenta, pero calla súbitamente cuando ven la mano del Maestro levantarse y posarse sobre la reina. Morphy mueve. Ha sacrificado a la reina y varios movimientos después logra un doble jaque. Ahora el sudor recorre la frente de Paulsen. Logra romper el jaque. Siguen las jugadas de uno y el otro, el juego parece muy parejo ahora, las piezas se mueven y muchas de ellas dejan el tablero durante este tiempo. De repente, el juego se detiene. Con las piezas que quedan sobre el tablero no está claro quien lleva la ventaja. Ambos hombres fijan la mirada en el juego. El sudor corre por ambas frentes. La gente mira el tablero atónita. Ahora nadie tiene idea de quien podría ganar. Los apostadores ya no saben ni que hacer con el dinero, el que anota se vuelve loco con su libreta y el del dinero ya no sonríe tanto. Paulsen enciende un cigarrillo. Algunas de las personas en el público se impacientan, pero todos siguen sin hablar. Paulsen apaga el cigarrillo, ahora hay cuatro aplastados en el cenicero. Un hombre desesperado grita que siga el juego. El Maestro de Ceremonias le mira y hace un ademán. Inmediatamente dos gorilas le toman de los brazos y sacan al hombre del lugar. Morphy ahora levanta la mirada buscando los ojos de Paulsen. Este continúa con la mirada fija en el tablero jugándose el bigote. El reloj en la pared sigue su marcha. Algunas personas en el público se han marchado ya. Ya se rumorea un empate. Morphy parece incómodo, abre la boca como para decir algo pero al final se queda callado. Ya se ha ido la mitad de la gente, otros se han sentado ya en el suelo. El de la libreta tira esta por detrás de su espalda decepcionado; el que recibía el dinero de las apuestas parece que va a llorar. Ahora todos están convencidos del empate. Finalmente, Morphy, se dirige a Paulsen con la mayor caballerosidad posible y le pregunta: -“Perdone, ¿pero por qué no juega de una vez?- Paulsen levanta lentamente la cara, parece sorprendido y dice: -“¡Ah! ¿Pero es que me tocaba a mí?”-

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